Ejercicios psicofísicos

Del libro Ecopsicología, del Dr. Vladimir Antonov

 

Ahora aprendamos cuatro ejercicios psicofísicos. Éstos se llaman así porque el componente psíquico de estas técnicas está acompañado con los movimientos físicos, los que, a su vez, ayudan a dominar la parte psíquica. La idea de crear estos ejercicios pertenece a Peter Dnov, un místico del siglo XX, y luego fue desarrollada por Omraam Micael Aivanjov y más tarde por nosotros.
El primer ejercicio se llama «despertarse» y se hace de la siguiente manera:
Nos paramos e imaginamos que nos estamos despertando de un largo y profundo sueño y del aislamiento de la armonía, belleza y amor del mundo circundante. (Levantamos los brazos y nos desperezamos como después de un sueño). Dejamos que todo lo puro y luminoso que está afuera entre en nosotros. Experimentamos que desde arriba cae una cascada de emociones transparentes, luminosas y sutiles de la frescura matutina. ¡Llenémonos de esta frescura! ¡Hagamos que estas olas entren en nosotros y nos colmen! (Para ayudar a este proceso, bajamos los brazos hasta los hombros; luego los levantamos otra vez por los lados y volvemos a bajar; repetimos estos movimientos varias veces). Tratemos de alcanzar el estado emocional más sutil posible.
El segundo ejercicio se llama «dar o regalar». Seguimos parados y abrimos los brazos desde el centro del tórax. Regalamos a otros seres lo que hemos recibido. La medida de la espiritualidad de una persona es su capacidad de dar. Para llenar un recipiente con agua limpia y fresca, debemos vaciarlo primero. El agua que no se mueve se pudre. Aquel que no se vacía, regalando lo que tiene, no se renueva y no progresa espiritualmente. Repitamos este ejercicio una y otra vez derramando y regalando generosa y gratuitamente, sin ningún deseo de recibir algo a cambio, lo bueno que hemos acumulado. Enviemos hacia delante, lo más lejos posible, las olas sutilísimas y fuertes de amor fresco y puro. Experimentemos que el tórax se llena al máximo de la energía condensada de amor que viene desde atrás. Una flor que exhala fragancia tierna empieza a abrirse en el tórax. Enviemos este estado lucido hacia delante. ¡Esta es la fragancia del amor mismo!
El tercer ejercicio se llama «reconciliación». Para hacerlo, levantamos el brazo derecho sobre la cabeza y nos concentramos en la palma de la mano y en el espacio a su alrededor. Luego, bajando suavemente el brazo delante del cuerpo, «dibujamos» con éste una sinusoide con el semiperíodo de 30 centímetros aproximadamente. El borde de la palma debe mirar hacia delante. Experimentamos el espacio en el que se mueve la mano como un campo energético al cual transmitimos estados de paz, armonía y tranquilidad. «Estiramos» el brazo a lo lejos. (Podemos imaginar diferentes variantes de los movimientos de esta danza: bruscas, rápidas, angulares o, por el contrario, suaves, ligeras y graciosas. Cada una de estas variantes cambia correspondientemente el estado del espectador y del ejecutor). Este gesto sencillo y poderoso, que simboliza la armonía, después de aprender este ejercicio (debemos experimentarlo muy bien), nos ayudará efectivamente en cualquier situación difícil, aun si lo hacemos sin los movimientos físicos del brazo.
El cuarto ejercicio se llama «subir». Para hacerlo, levantamos los brazos sobre la cabeza con las palmas de las manos mirando hacia fuera y los bajamos por los lados, haciendo movimientos como si nadáramos. Con cada uno de estos movimientos, salimos del siguiente «cascarón» denso y nos volvemos más luminosos y puros; subimos más y más hacia la fuente de luz, hacia el sol. Ya está muy cerca. Unos pocos movimientos y lo alcanzamos. Entramos en el espacio de una luz purísima y sutilísima, deleitándonos con el estar allí. Luego bajamos nuevamente a la tierra, ¡pero ya con un sol que resplandece dentro del tórax y brillamos con esta luz para todas las personas y para todo lo viviente!

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